¿Dónde están la huríes?

Es una fotocomposición de Manel



En la soledad de la habitación del hotel, Rachid escogió las prendas para llevar el día señalado.
Se ajustó bien todo el material con doble cinta adhesiva.
Con cuidado se colocó una camisa azul de manga larga, a pesar de que aún hacía calor y las temperaturas no habían empezado a descender.
Se fue hacia la ventana.
Corrió los visillos.
Miró el ir y venir de las gentes.
No le importaba mucho.
Dejó caer los visillos.
Se puso los pantalones.
Eligió unos beige, muy claros, de marca.
Se sentó en el borde de la cama y con mucho cuidado se puso los zapatos, también de marca. Podía pasar por uno de ellos, pensó.
Se descalzó y se arrodilló sobre la esterilla despacio, con mucho miramiento.
Comenzó su tanda de oraciones.
A punto de acabar se incorporó, y de pie, pronunció:
"As-Salamu 'alikum wa Rahmatul lah" (La paz y la misericordia de Alá estén con vosotros).
Cogió la chaqueta que estaba sobre la cama y se dirigió hacia la puerta.
Tardó unos minutos en salir del hotel.
Aún había luz y tanto los autobuses como las paradas estaban abarrotadas.
Eligió una al azar, la del número 70.
Pagó el ticket con unas monedas que extrajo del bolsillo del pantalón.
Se fue hacia el fondo del vehículo.
Volvió a pensar en la oración:
"La ilaha il-la Allah" (Alá es el más grande).
Contuvo la respiración y apretó el pulsador que tenía adherido en su pecho, bajo la camisa. Percibió una intensa luz, un ruido ensordecedor y un calor abrasador que le dejó la sensación de tener la boca completamente seca.
Luego no pudo ver nada más y se sintió como atrapado en una esponja oscura en la que era muy difícil moverse.
—¡No veo nada! ¡No veo nada!
—Pensaba y se lamentaba—,
¡Pero no siento ningún dolor! —se alegró.
Creyó escuchar unos gritos que poco a poco se transformaron en una amalgama de quejidos y lamentos.
No sabía dónde estaba.
Pensó que Alá sería misericordioso y le mandaría ya las setenta huríes prometidas.
Poco a poco empezó a ver como una claridad y la sensación esponjosa que le atrapaba empezó a aflojar.
Cuando ya se hizo la luz contempló el amasijo de hierros en que había quedado convertido el autobús.
Se extrañó que los explosivos tuviesen tanta potencia.
En medio de los hierros retorcidos había cuerpos mutilados, miembros cercenados y restos de vísceras, todo teñido de rojo que goteaba y negro que humeaba.
A su alrededor, en la parada había también muchos otros cuerpos.
Escuchó sirenas a lo lejos y antes de poderse mover, ya estaban allí policías y enfermeros que se pusieron a atender a los que todavía podían estar vivos.
Por fin consiguió moverse y salió a encontrarse con los policías.
Aterrado comprobó como el oficial no le vio y le atravesó por completo.
Asustado se puso a buscar su cuerpo.
Tuvo la sensación de que algo había ido mal.
No fue capaz de encontrarlo.
Era extraño, se sentía y no se veía.
Empezó a ponerse triste y a angustiarse.
Notó una quemazón muy fuerte, en el corazón.
Se acordó entonces de las palabras de su libro sagrado: "quien va al infierno se queda sin corazón y en su hueco arderá eternamente".
Intentó escapar pero estaba agotado.
Unas sombras negras se apoderaron de él.
La quemazón era muy intensa.

Manel Aljama

Comentarios

  1. uffffff

    Mejor no digo nada...estoy impactada...

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  2. Pues eso, que dónde están... que al hombre le habían prometido que las vería cuando estuviese en el Paraíso.
    Si le hubiese puesto el chaleco con la bomba a quien se lo prometió hubiese éste comprobado en primera persona lo falso de su discurso.

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  3. Admiro mucho a Manel, a quien conozco por los escritos desde hace algún tiempo.
    Buena elección

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  4. Muy bien escrito.
    En cuanto al mártir que le den.

    Saludos.

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  5. Los textos de Manel son todos buenisimos
    Le "conocemos" desde ha e ya tiempo , provenimos los tres ( Fonsi, Manel y Yo ) enre otros muchos del Grupo Buho, un portal literario. Allí nos descubrimos y desde allí nos seguimos


    este texto cuando lo lei en su blog me resultó impactante, tanto como lo sigue siendo,.Manel es un gran narrador.

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