Una china en la alacena


En la alacena dormitaban dos pequeñas tazas que antaño habían sido las más hermosas.
De capa blanca como la nieve, su base, otrora tersa como la tez de una bella joven, aparecía ante las miradas de los curiosos descascarillada y vacía, haciendo juego con la vida de su dueña.
Tras el cristal, adornaban la repisa con la altanería de quien ha llegado a ser la primera del aparador y se ha quedado para cubrir huecos.
El orgullo jamás vence, pero sacando dignidad del baúl de los recuerdos, las dos tazas mostraban a los visitantes que el tiempo arrasa y que no hay que perderlo en banalidades porque al final, apareces ante los ojos de esos extraños y te miran y te escrutan y descubren que tu capa, era solamente polvo.
Publicado por Arantza

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